(150 kilómetros al sudeste de Amman). En el corazón de un árido desierto, ignorado durante siglos, la gran ciudad de Petra, totalmente aislada, se deshacía en ruinas.
Los autores antiguos hablaron de ella; pero, al igual que ocurrió con otras ciudades muertas, se olvidó su emplazamiento.
A principios del siglo XIX, un explorador suizo, convertido al islam y que se dirigía a la Meca, supo, por las conversaciones de los beduinos, que existía un lugar extraordinario no lejos de su ruta. Decidió ir a verlo.
Después de franquear una garganta estrecha y profunda, tuvo ante sus ojos un paisaje fantástico: un círculo de grandes peñascos cerraba una extensión donde se amontonaban las ruinas.
Las Peñas habían sido esculpidas con forma de fachadas de palacios o de templos que reflejaban la influencia de la arquitectura helenística.
En cada una de sus espectaculares fachadas se había una puerta que, por un pasillo, daba acceso a una sala desnuda, horadada en la roca, donde a veces se hallaba un altar.

El lugar descubierto era la antigua Petra.
Tan pronto como fue reconocido, se iniciaron investigaciones arqueológicas que corroboraron los escritos de los clásicos. Los nabateos, antecesores de los árabes, se habían establecido en Petra en el siglo IV antes de nuestra era.
La ciudad, bien protegida por las rocas, se alzaba en una importante encrucijada de las rutas de las caravanas. Debido a las mercancías que circulaban por Petra, los nabateos cobraban unos derechos que les enriquecieron sobremanera.
Petra poseía un teatro de 3000 localidades, termas, palacios y un ingenioso sistema de distribución de aguas, constituido por una red de canales comunicados por las cisternas de la ciudad.
La religión de los nabateos existía sacrificios humanos. Un lugar santo se encontraba en la cima de una de un picacho. A él se accedía por una escalera tallada en la roca. Constaba de una plataforma de 14 por 16 metros recubierta, totalmente de oro. En un bloque de arenisca con 4 gradas se sacrificaban las víctimas. El santuario se conservaba intacto.
Los romanos pusieron fin a la independencia del Estado nabateo. La prosperidad de Petra se mantuvo hasta el día en que las caravanas eligieron otro itinerario. La ciudad inició entonces su decadencia, y las invasiones la consumaron.
Los arqueólogos aseguran que las salas talladas en la roca fueron tumbas. No parece nada extraño que éstas hayan sido saqueadas. En cualquier caso, jamás apareció un resto humano.
